sábado, 15 de enero de 2011

Se encuentra en la esquina de un café con sus botas de invierno y su abrigo desgastado. Alrededor todo es una mezcla de olores de las más finas semillas de café y su molienda.
Son las nueve de la mañana y todo se percibe como si fueran en realidad las once. Los trabajadores tienen mucho entusiasmo y energía, ya hay un grupo de señoras chismeando sobre sus vidas y otro grupo de empresarios que se sumerge en una plática de negocios.
Ella simplemente observa y se limita a esperar. Pasan cinco, diez, quince minutos y no hay señales de vida. No hay mensajes, no hay llamadas. Y empieza a preguntarse si habrá incurrido en el error. Pero no, está segura de que no hay error. Y entonces aparece un signo de su existencia. Un correo. Confirma la inexistencia del error, pero la reunión tampoco llegará a concretarse. A sus espaldas ahora sólo se escucha el acento argentino de un curioso turista que visita la ciudad. Cómo le gustaría estar sentada en un avión con un boleto a un destino indefinido sin fecha para regresar. Sin embargo se encuentra ahí. En la esquina de un café, percatándose de la esencia del momento presente: siempre instantánea, impredecible y perfecta.

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