martes, 9 de octubre de 2012
'Amar a una persona es saber dejarla ir' me dice mi amiga mientras recoge los pedazos de esperanzas tangibles que aún le quedan. Mientras se encuentra con los pedazos de si misma que dejó ir. La sabiduría escondida detrás de sus palabras no es más que el resultado de lo vivido, el aprendizaje obtenido. A pesar de lo difícil que es afrontar su realidad desquebrantada, el proceso doloroso se ha transformado en camino de fortalecimiento. Atenta a su silencio, mi amiga reflexiona, se observa. Después se hace preguntas, luchando decididamente por encontrar el camino mediante el cual se unirán las piezas. Lo que mi amiga no sabe es que nunca nos enseñaron que ser valientes duele. En la escuela nunca nos dijeron que la vida sería dura y que ser un adulto también implicaría derramar una lágrima de vez en cuando. La maestra explicó en múltiples ocasiones que la vida sería un riesgo constante al cual deberíamos de darle nuestro todo, pero omitió que ser videntes sería más doloroso que vivir en la ceguera. Mi amiga no sabe esto, sin embargo pega el brinco y se avienta sin miedos al vacío de lo desconocido. Se aferra a la cuerda de la esperanza, esa que promete que con el tiempo recogerá las piezas y la llevará a su encuentro con su esencia. Mi amiga no está perdida, está completa. Sabe que en algún lado se dejó a si misma y ha emprendido su búsqueda. El tiempo será testigo de su encuentro. Mi amiga sabe de valentía. Mi amiga es experta en amar.
*El concepto de 'esperanzas tangibles' se lo debo a mi amigo Carlos Martínez, creador del mismo en El antídoto contra la resignación que pueden consultar en http://www.elmanana.com.mx/notas.asp?id=303630
martes, 28 de agosto de 2012
Un, dos, tres. Un, dos, tres, un, dos, tres. El corazón va y viene. Sigue un ritmo y luego grita por uno más intenso. Luego se cansa y quiere volver a la lentitud.Y luego otra vez quiere correr. Diagnóstico: es bipolar. En mi nuevo intento por adquirir el saludable hábito de hacer ejercicio constante he descubierto que el amor se parece mucho a poner al cuerpo en prueba. Y es que todo mundo habla sobre lo hermoso que es enamorarse pero pocos hablan del esfuerzo que hay detrás de mantener una relación. Lo mismo pasa con el ejercicio. Todos hablamos de lo bien que nos hacen sentir las endorfinas pero nunca hablamos de lo mucho que se requiere para retar al cuerpo y mantenerlo en constante ímpetu por consumir horas de trabajo físico.
¿Cómo lograr entonces convencer a la mente de que una dedicación constante puede llevarnos a alcanzar la meta? ¿Cómo vencer los viejos hábitos del pasado para transformarlos en nuevas actitudes?
La realidad es que se requiere de mucha voluntad para tomar el riesgo. Por eso no es raro que las personas nos propongamos año con año hacer ejercicio y encontrar el amor, pues no se trata sólo de tomar la decisión de lanzarse al vacío, sino también asumir la responsabilidad de que el vacío puede terminar con un desenlace en un buen aterrizaje o en una caída fatal que no nos permita volvernos a levantar en un rato.
Y es que el efecto de las endorfinas es efímero. Cuando acaban de nacer - tanto en el amor como en el ejercicio- todo descansa sobre una nube irreal donde todo parece ser perfecto. Son tan adictivos los efectos que entonces el juego transforma su objetivo para centrarlo en consumir la mayor cantidad de amor y ejercicio posible. Conforme pasa el tiempo las endorfinas no son suficientes y la realidad se vuelve palpable. La persona tiene defectos y el cuerpo ya no aguanta más. Y entonces el panorama empieza a pintarse de negro.
Es justo en ese momento en el que se requiere volver a la voluntad. Volver a esa cosa tan abstracta que nos llevó ahí, al deseo de querer lograrlo. Muchos lo logran por años y años. Otros lo logran por algunos años. Algunos más ni a los años llegan.
Hay quienes creen que es tan corta la duración de los efectos del amor que no vale la pena enamorarse. Hay otros que a pesar de que lo desean temen no poder mantener su voluntad, así que ni en la posibilidad piensan. Hay otros obsesionados que se enamoran más del amor y sus efectos que de la persona que se los causa. Están los que logran pintar el gris el panorama y los que día con día reafirman su compromiso con la voluntad.
Sea cual sea la perspectiva, con el ejercicio he comprendido que la clave está en el deseo. Paz tenía razón cuando decía que el hombre ama lo que desea. El quid de la cuestión radica en la decisión de tomar el riesgo. Quizás el amor y el ejercicio sólo tengan en común las endorfinas....pero al final de cuentas al corazón lo bipolar no se le quita. Un, dos, tres. Un, dos, tres, un, dos, tres. El amor requiere el ejercicio diario de querer construirlo y el ejercicio, el amor al compromiso de querer lograrlo.
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