Él la observaba meticulosamente. Estaba escondido detrás de la pantalla de su computadora. Sus ojos lograban de vez en cuando escaparse, pero su cabeza se mantenía cabizbaja. Ella, su eterno amor, estaba a sólo unos pasos de él. Si tan solo ella supiera. Pero no, ella no podía saberlo. No podían encontrarse, mucho menos después de la historia que arrastraban con los pies. No tenía la valentía para acercarse a saludarla, aunque en el fondo sabía que ella le respondería con una sonrisa. Por ahora, con mirarla bastaba.
Ella estaba sentada en la esquina del local. Traía puestos sus lentes enormes color café. La moda de los lentes gigantes nunca había pasado para ella, y el sol permitía que aunque se encontrara dentro de un local, ella pudiera usarlos. Había demasiado sol. Había pedido un café y hojeaba las páginas de una popular revista local. Era una típica intelectual, pero las superficialidades le encantaban para despejar su mente. Verdaderamente disfrutaba leer sobre los chismes de los artistas, sobre la moda, los consejos de belleza y los del amor. Pero como siempre, todo se quedaba en eso. Simples consejos. Por más que intentaba aplicar lo que leía, su realidad jamás parecía estar sintonizada con lo que tantos autores se empeñaban en escribir. Ella podía casi apostar a que sería una solterona de por vida. Por eso mejor pensaba en que ella estaba destinada a la intelectualidad y que la ficción e irrealidad de las revistas pertenecían a alguien más.
Terminó de leer y cambió de posición. El sillón era muy cómodo, pero el pie estaba empezando a hormiguear. Aparte, su posición la iba a dejar con un bronceado permanente. Entonces volteó su mirada y se percató de que alguien la veía. Decidió regresar su cabeza a su posición inicial. Todavía no aprendía a enfrentar la atención de alguien. Pero la energía de aquella mirada seguía sintiéndose, era fuerte. Volvió a mover su cabeza y entonces sus ojos se encontraron con los de él. Era él. El mismo con el que había pasado un verano de película. Ojala todo hubiese quedado en el verano, pero no había sido así. Sus ojos mantuvieron la mirada conectada por algunos segundos, pero pronto él volvió a esconderse bajo la sombra de su pantalla. Fue en ese momento donde confirmó su teoría. Él jamás iba a saludarla. Así era él. Su orgullo siempre estaba en el primer lugar de la lista. Y ella tampoco estaba dispuesta a tragarse su dignidad. Después de todo él había sido el culpable de que la historia ahora estuviese esclavizada a sus pies.
Las miradas continuaron bailando durante varias horas. Él no se iba a su casa porque no tenía nada mejor que hacer. Ella ya había terminado de leer todo lo que estaba a su disposición, pero la taza seguía medio llena. Además le ganaba la curiosidad de saber si alguien le iba a hacer compañía. No le correspondía saber, eso lo tenía claro, pero no le importaba, tenía que saberlo. Ella no lo había olvidado, quería saber de él. Y él de ella. Ella estaba segura. Él volvió a aparecerse. Entonces ella se quitó los lentes. Era la octava vez que sus ojos se cruzaban. Ya no podían negarlo. Entonces bajó el pie derecho que se encontraba bajo su pierna izquierda y tomó el primer paso. Se acercó a él y le acercó su mejilla. El le dio un beso y después la abrazó. Su cuerpo seguía siendo cálido y sus manos suaves. Ya se le había olvidado lo bien que se sentía abrazar a alguien. Entonces se sentaron y escribieron el resto de las páginas de los días que habían pasado como extraños.
El sentimiento había renacido. Sin embargo los dos sabían que era imposible. Ella regresaba a México en tres días. Él se quedaría en Nueva York. No podía dejar su trabajo, era una buena oferta, incomparable con cualquiera de las que le ofrecían en el país vecino. La situación era la misma. Lo hacía sentir impotente. Hace un año había pasado lo mismo y la historia seguía en el mismo lugar. Ahí. Ella captó que ni el amor que los unía podía cambiar algo. Ella tenía que dejarlo todo, pero estaba harta. Harta de tener que ser la de la iniciativa, la que sacrificara todo por el amor. No estaba dispuesta, ni siquiera por ese amor tan grande. Además el año pasado ya lo había intentado por varios meses y fue insoportable estar lejos de todo. Por eso tomó su bolsa, se paró de la silla y le dijo adiós. Él intentó pararla, pero ella se empeñó. Caminó hasta la salida y se volvió a poner los lentes.
Sólo la vio dar vuelta en la esquina mientras que él volvía a esconderse. Le dolía saber que su encuentro tardaría en repetirse. Quizá nunca volvería a suceder. Le dolía aún más saber que de él dependía todo. Y muy en el fondo, aunque le costara aceptarlo, él sabía que ella tenía razón... todavía no era valiente.
lunes, 28 de junio de 2010
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2 comentarios:
me encantó ivonne!!! pero me gustaría saber a qué se refiere?? de quién es la historia o cuál es la historia detrás jajaja me dejaste picada la vdd... muy buena tu entrada =) espero q estés bien! xoxo
me recordó a uno de mis poemas favoritos... http://www.unaaldia.net/?p=306 saludos.
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