domingo, 18 de abril de 2010

El fin de semana planeaba descansar. En realidad todos los fines de semana intento hacerlo. Con descansar me refiero a dormir, no hacer nada, tener un momento conmigo misma. Como siempre, el fin de semana voló y hasta hoy me he dado el tiempo para descansar.

Estaba a punto de empezar a leer un libro nuevo que me compré y que creo que me va a gustar mucho. Ayer fui a Gandhi a recoger un libro que había encargado para regalarsélo a mi amiga Andrea por su cumpleaños, y había un estante con un letrero de 80%. La mayoría de las veces cuando veo letreros de descuento en tiendas de libros, pienso que de seguro es porque están horribles y aunque casi siempre me gana la curiosidad y termino yendo a ver qué encuentro, pocas veces me llevo algo. Ayer no tenía ni dinero ni tiempo para ponerme a ver los libros, pero a pesar de eso lo hice. Salí con el de mi amiga, y dos más para mí. Fue una super buena compra, me llevé los dos por 80 pesos, más mi emoción por leer algo nuevo. Entonces hoy me preparaba para empezar a leer uno de los libros (The History Boys de Allan Bennett... lo escogí por la portada y la sinopsis, y después de que lo compré un amigo me dijo que hay una película del libro, lo cual me hizo todavía más feliz con mi compra) cuando llegó Tina a regalarme unas galletas Oreo. Y entonces la idea se me vino a la cabeza y mejor prendí la computadora y me puse a escribir.

Los pequeños detalles de la vida, hacen que todo lo demás que vivimos tenga un valor único y especial. Son esos pequeños detalles y momentos (lean también http://mondoli.blogspot.com/2010/04/317.html) los que le dan un significado a lo que queremos expresar y decir. Y tan pocas veces valoramos esos detalles. Tan pocas veces hacemos conciencia de las pequeñas cosas que podemos hacer para cambiar la vida de alguien. O de las pequeñas cosas que hacen otros para cambiar la nuestra. Tan pocas veces nos damos el tiempo de observar y valorar esos pequeños detalles. Si tan sólo pudiéramos ser más observadores... ¿cuántas cosas no serían tan distintas?

Hoy en la mañana, Tina me pidió prestado uno de mis libros de historia para hacer una de sus tareas. Yo no le puse mucha atención, para ser sincera. Le dije dónde estaba el libro y que lo usara todo lo que quisiera. Ella me lo agradeció y me sonrió. Yo de amargada y con mis prisas, sólo le di las llaves de mi carro y seguí haciendo mis cosas. Pasó el día, fui a comer con mi familia y luego a misa con mi hermana. Regresando a la casa y justo cuando estaba empezando a leer, Tina me regalo unas galletas Oreo. Unos minutos antes había ido con mi mamá a decirle que quería una nieve, pero que mejor iba a olivdarme de mi deseo de algo dulce. Tina escuchó la conversación y no me dijo nada a pesar de que me vio pasar. A los pocos minutos la vi corriendo por las escaleras con un paquete de galletas Oreo (las amo!). Cuando me las dio, empezaron a caer todas estas ideas en mi cabeza y no me acuerdo muy bien que le dije, pero le di las gracias.

Caí en la cuenta de que Tina me estaba agradeciendo de la mejor manera en la que ella podía hacerlo, el hecho de que yo le hubiera prestado mi libro. O no sé, a lo mejor ni fue eso, pero fue demasiado representativo el hecho de que me hubiera dado esas galletas. Me dio algo de lo mejor que tiene para dar. Y yo le di algo de lo que yo le puedo dar. Prestarle mi libro no fue nada extraordinario. Que me diera las galletas tampoco lo fue, pero ambos detalles representaron tanto. Ambos detalles tenían un gran mensaje de fondo. Qué tonta hubiera sido en no caer en la cuenta de su detalle y pasarlo de vista. No me había percatado de que algo tan simple pudiera ser tan significativo para otra persona. Mi libro le represento a ella una ayuda en su tarea. Y no me costó nada. Sus galletas fueron un intento de su parte por complacer mi deseo de algo dulce. Y las disfruté muchísimo. Fueron más que comida, me recordaron que los pequeños detalles pueden ser tan grandes.

Me acordé de la historia de Memo el día de la reunión de la frate en el depa de Tito. Me acordé de Jorge, el niño que mi papá adoptó en Navidad por muchos años para darle un regalo. Me acordé de los regalos significativos de mi vida. Me acordé de los momentos en los que me la he pasado súper bien y me he reído hasta llorar y tener dolor de panza. Me acordé de los abrazos, los besos, las canciones, los suspiros y los deseos. Ninguno de estos recuerdos inolvidables involucraban cosas extraordinarias. Simplemente implicaban pequeños detalles. Pequeños detalles que habían hecho el momento especial e irónicamente extraordinario.

Siempre he sido de la idea de que los detalles pueden hacer que las cosas sean muy distintas, pero nunca deben de ser forzados, deben nacer por sí mismos. Muchas veces discutí y me enojé con personas a las que amo por enfocarme en las cosas que no eran tan significativas. Fui poco inteligente para valorar a esas personas por quiénes eran, por el tiempo, por los detalles. Me importaban mucho las cosas que tenían que ser. Estaba equivocada.

No necesitamos tener mucho ni desvivirnos para ser felices. La felicidad no requiere grandes cosas, sólo necesita de paz, amor, alegría, empatía. Requiere de nosotros que seamos capaces de amarnos a nosotros mismos, para poder compartir con los demás nuestra esencia. Para compartir con los demás... los pequeños detalles por los que vale la pena vivir.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 

Copyright 2010 las letras de mi mundo.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.