Lograba percibir el olor de su Jean Paul Gauthier a distancia. Lo reconocía. No era necesario vislumbrar su figura, el sentido del olfato bastaba para saber que era él. Con cada paso el olor se tornaba más penetrante y la sombra de su cuerpo se parecía cada vez más a su tamaño real. Estaba a nada de poder tocarlo, pero el placer de olerlo era aún más tentador.
Y es que cada persona tiene su olor.
Como mi abuela, por más que intenta oler a juventud, su tez pesada y morena sólo permiten que hasta el olor del Amour Amour parezca viejo. Es viejo, pero dulce y reconfortante, como la incondicional presencia de la abuela en nuestras vidas.
Como mi padre, siempre dejando rastro del olor a limpieza. Su persistencia en meterse a la regadera al menos dos veces al día trae como consecuencia que cualquier loción huela a jabón.
Como mi madre, oliendo a primavera hasta en el más frío invierno. Su odio por los perfumes fuertes y dulces nos llena la vida de permanentes flores y aromas frescos.
Como el olor de mi hermana, siempre presente, siempre necesario. Un olor plural y divertido, que tanto añoro en la soledad y tanto disfruto en la compañía.
Como el olor de mi maestra de sexto de primaria, perfumando el salón de clases todos los días de café recién hecho a las siete de la mañana.
Como mi compañera de clase que se sienta todos los días en el asiento trasero al mio, por más que se ponga perfume, su presencia todos los días huele a polvo de antaño.
Como mi amigo que de tanta loción que se pone deja el pasillo con aroma por al menos media hora. Ojalá que cuando tenga un novio le enseñe a oler rico permanentemente.
Como el olor de otro de mis compañeros de clase que huele permanentemente a tabaco y alcohol, y no se preocupa por disimularlo.
Pero no todos los olores de las personas son placenteros, ni todos viven exclusivamente en las personas. Recuerdo también....
El olor de la casa de mis tíos. Nardos que llenaban el recibidor de unas ganas de quedarte en ese lugar todo el día leyendo una buena revista en el sillón.
El olor de la tierra mojada después de caer la lluvia. El placer de este olor es indescriptible.
El olor de un libro nuevo y el de un viejo. Uno fresco, otro amargo, pero ambos capaces de hacer la mejor invitación a conocer cada una de sus páginas.
El de un bombón quemándose en una fogata y el de un buen chocolate caliente en medio de una tormenta de nieve.
Y para todo tengo un olor grabado en la memoria, pero el de él es único. Es agradable, dulce, conocido, penetrante. Disfruto las pausas ciegas de inhalación que me permiten confirmar momento a momento su presencia. Se acerca. Pronto podré tocarlo.
Si tan sólo él supiera que a diferencia de los demás que viven en mi cabeza, su olor es necesario.
Si tan sólo él supiera.
sábado, 18 de septiembre de 2010
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2 comentarios:
Muy bueno, Ivonne. Y tienes toda la razon! Los olores se nos quedan grabados permanentemente al grado de que muchos de nuestros recuerdos no pasan de ser olores que no podemos olvidar. En serio me gustó!!! Otroo otroo jaja te quiero amiga!
Por cierto... quiero saber quién huele a polvo de antaño! jajajaja
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